El concepto político platónico, su concepción de la ciudad-Estado ideal y de los ciudadanos que han de habitarlo y constituirlo sigue teniendo actualidad y vigencia, sobre todo desde la perspectiva de la utopía, es decir, de lo que no tiene lugar (u-tópos), de lo que es irrealizable por excesivamente ideal, pero puede servir de hoja de ruta para un progresivo acercamiento. Nadie discute que cada uno ha de hacer aquello para lo que está capacitado, que deben gobernar los mejores (los filósofos), los más preparados para ello, que son posibles- y desde luego muy deseables- la justicia y la felicidad generalizadas, etc. Sin embargo, a la dificultad de la irrealizabilidad de la utopía platónica, se le añade el riesgo de su realización; así Popper, en La sociedad abierta y sus enemigos, interpreta las dictaduras del proletariado (por ejemplo, el sistema comunista de la extinta URSS) y otros sistemas de carácter totalitario como materializaciones de la república platónica, si no en el espíritu, sí en la letras. Un problema práctico de no pequeña envergadura es el de decidir- ¿quién ha de hacerlo?- quién es el mejor para gobernar: al final se suele subir al carro la élite, la nomenclatura: una de las piedras cúlmenes de la filosofía marxiana y su concepto de ideología, según el cual los intereses particulares de la clase superior se encubren e intentan hacer pasar por universales, por válidos para todos.
La república platónica se encuentra también en la base de numerosas recreaciones artísticas del siglo XX: Un mundo feliz de Aldous Huxley (1932), Fahrenheit de Ray Bradbury (1949) o 1984 de George Orwell (1945), plantean metafóricamente (mediante relatos mitológicos) la realización de sistemas políticos utópicos de verdadera pesadilla. Así, por ejemplo, en el mundo de Orwell, el denominado Gran Hermano, especie de ojo que todo lo ve y todo lo controla, tanto la conducta como el pensamiento, garantizando el orden social, parece representar el ideal del filósofos-sabio-rey ( todo lo sabe, todo lo puede, todo se encuentra bajo su mando) llevado a sus últimas consecuencias: un partido único ( el de los sabios), los correspondientes ministerios y hasta una “Policía del pensamiento”( los guardianes) encargados de reconducir y reeducar mediante tortura y lavado de cerebro a los individuos que se niegan a aceptar el sistema.
La teoría sociológica contemporánea hace uso también del concepto de clase política, según el cual ésta, en forma de élite, se autorreproduce, el poder se hereda- la nomenclatura- y la corrupción se enseñorea de todo. Pero seguramente Platón tenía en mente otra cosa; hoy, en cualquier caso, su proyecto parece, cuando menos, algo ingenuo, aunque se encuentre en él ideas que ya nadie pone en duda, como la necesidad de dar una educación adecuada a cada ciudadano, una educación que lo capacite para vivir bien en comunidad. En la importancia que Platón otorgaba a la educación como proceso de adquisición de valores que nos permitan la convivencia, cabe entrever el mismo concepto que admiten las teorías sociológicas actuales, que bajo el denominado proceso de socialización- adquisición y aprendizaje de la cultura por parte de un individuo- fundamentan la peculiaridad del ser humano. Pero “el sistema educativo” platónico ha sido tachado también de aristocrático, en su sentido etimológico: los mejores deben gobernar y para ello la educación especial tendría que ser impartida a esa minoría que destacara por sus capacidades y actitudes naturales, lo cual parece implicar una cierta antropología elitista de base.
La columna vertebral de la filosofía platónica, esa búsqueda del Estado justo en el que reine el orden social, la paz, la armonía…- la ética de la convicción weberiana- al que se opondría dialécticamente el “Estado simplemente legítimo- un Estado entre comillas, en el que prevalecería más la búsqueda de la utilidad, que la de los valores humanitarios, claramente impregnado de esa ética de la responsabilidad. Nos enfrenta con otro de los temas recurrentes de la historia del pensamiento, a saber, la creación de un sistema político adecuado a la ciudadanía que, en Platón viene marcado por la condena a muerte de su maestro Sócrates por un régimen “democrático” que se basaba en las leyes establecidas.
Se ha solido pasar por alto el hecho de que en Platón nos encontraremos latente un anticipo de la teoría marxista de la historia: el basamento de la sociedad, el motor del cambio, lo que justifica la existencia de un sistema político u otro es la economía, la distribución de la riqueza; en terminología marxista, la infraestructura. Aristocracia, Timocracia, Oligarquía, Democracia y Tiranía, esto es, la ideología, la superestructura dependen del reparto de fortunas, rentas, ricos y pobres; el tránsito de un sistema a otro sólo es posible, se debe a, está siempre causado por un cambio económico, por una modificación de las relaciones de producción. Naturalmente Platón en el siglo IV a. C. se limita a vislumbrar lo que Marx explicitará con todo detalle en el XIX.
Aunque sin duda son muchas más sus luces, La República de Platón presenta asimismo algunas sombras: como ocurriera en Alemania durante el régimen nazi, la política platónica se caracteriza también por promover una especie de método “eugenésico”, dado que las uniones entre hombre y mujer debía determinarlas el gobierno de la polis teniendo en cuenta que de lo que se trata es de que nazcan hijos sanos y fuertes- una raza fuerte y superior.
Una candencia especial presenta el papel educativo que Platón le otorga al arte, a saber: dar buen o mal ejemplo a la juventud en desarrollo y a la sociedad en general. Así, por ejemplo, según Platón, una poesía épica repleta de actos de violencia y crueldad- como la de Homero- fomentaría la violencia y la crueldad en el lector. Eso mismo sigue pensando un sector importante de la sociedad actual respecto al cine violento. Hay, sin embargo, quienes piensan, como Aristóteles, que el efecto del arte es más bien el contrario: más que como modelo a seguir, el arte sirve como vía de descarga, como válvula de escape, como catarsis (limpieza, purificación): la violencia en el cine le serviría al espectador para descargar adrenalina de forma inofensiva en la butaca, y no como ejemplo a seguir ni como fomento de la propia violencia.
(Agustín González Ruiz y Fernando González Ruiz. Filosofía y Ciudadanía.1º Bachillerato Editorial Akal. Madrid. 2008)