Platón parte de una idea fundamental que dio origen a la reflexión filosófica y que constituye un elemento común en toda la historia del pensamiento: la desconfianza ante la realidad que se nos presenta dentro de los límites impuestos por los sentidos (nuestro sistema perceptivo no puede captar muchos de los fenómenos que conocemos), por el lenguaje (en el que resulta tan costoso expresar nuestras experiencias y nuestras ideas) y por el contexto en que vivimos (que impone formas de pensar y entender el mundo y las relaciones humanas). Platón sospecha que la verdadera realidad se halla en otro lugar, desplazada; que solo es visible con el esfuerzo de una mirada intelectual sobre las cosas naturales y humanas.
En su esfuerzo por comprender, por descubrir la verdad, platón teoriza y distingue entre dos mundos: el mundo de las cosas sensibles, que cambia continuamente y percibimos a través de los sentidos, y el mundo de las Ideas, que es permanente y puede ser conocido por el entendimiento, con “los ojos del alma”. La experiencia de un mundo cambiante, sometido al tiempo, como había expresado Heráclito, debió de crear dificultades en Platón, pues una realidad que fluye sin cesar no puede ser conocida. El conocimiento verdadero ha de referirse a un mundo permanente, no sometido al cambio, independiente de las cosas sensibles y que sea accesible por alguna vía distinta a la de los sentidos. La necesidad de hallar respuesta al enigma del conocimiento llevó a Platón a concebir su teoría de las Ideas.
La teoría de las Ideas de Platón recibió la influencia de algunos de los filósofos que le precedieron. De Pitágoras tomó la idea de que el principio de la naturaleza debía ser racional, como sucedía con los números. Heráclito y Parménides le dieron la clave para definir los dos mundos contrapuestos de su teoría: la naturaleza, en constante devenir, y el ser eterno e inmóvil, el mundo de las Ideas. Sócrates fue su maestro en muy diversos sentidos: le mostró el diálogo como vía de conocimiento; le descubrió que la justicia de la polis era una pura convención, una apariencia de la que había que desprenderse, para encontrar el bien y la justicia entre las ideas innatas, verdaderas y reales, ejercitando la razón. El camino que conduce al conocimiento de las Ideas no es sencillo: supone un penoso ascenso desde la opinión hasta el saber, de la penumbra a la luz.
1.De la penumbra a la luz
En un famoso pasaje de la República que conocemos como la alegoría de la caverna, Platón nos aproxima a lo que considera característico de la “condición humana”, en relación con el conocimiento y la realidad.
Supongamos- Sócrates habla con su discípulo Glaucón- una caverna en la que habitan desde la infancia unos prisioneros encadenados, con la mirada fija hacia el fondo, en el que se proyectan “sombras” de objetos y figuras que caminan sobre un muro situado detrás de ellos e iluminados por un fuego. Nunca han visto otra cosa en su vida, de modo que creerán que las sombras que ven sus ojos y el eco que resuena es todo lo que existe. Esta es la condición humana: estamos encerrados en los límites de los sentidos, del lenguaje, de la educación y de la costumbre.
Imaginemos ahora que uno de estos prisioneros es puesto en libertad por sus guardianes; podrá observar la situación y comprender el origen de las sombras. Si, conducido por el “camino escarpado” que se halla tras las figuras, es sacado a la luz del sol, sabrá de la existencia de un mundo exterior a la caverna. Al principio, la luminosidad cegará sus ojos y no podrá ver nada; pero, poco a poco, irá reconociendo primero las sombras de los objetos-parecidas a las de la caverna-, luego sus reflejos en el agua y más tarde los objetos “en sí”; finalmente, acostumbrado a la luz, podrá mirar directamente al sol. Pasado un tiempo llegará a entender que el sol “crea las estaciones y los años”, que “lo gobierna todo en el mundo visible” y que “es la causa de todo lo que se veía en la caverna”.
Este es el ascenso dialéctico del conocimiento, que permite al ser humano comprender cuál era su situación anterior- prisionero de la ignorancia- y cómo se ha elevado gradualmente hacia el mundo inteligible, donde se encuentran las Ideas, también en una disposición jerárquica: las Ideas de seres concretos (árbol, flor), los elementos materiales ( fuego, agua), el hombre, los números, las formas morales ( justo, bello, bueno), las Ideas universales (semejanza, igualdad, reposo) y, por último, la Idea de Bien, identificada con el sol, como acabamos de ver, y con el ser uno de Parménides. El bien es lo adecuado y se identifica con el verdadero ser de las cosas. De ahí que la moralidad vaya estrechamente ligada al conocimiento.
Una vez el antiguo prisionero hubiera conocido la realidad del mundo de las Ideas, querría volver junto a sus compañeros para enseñarles sus conocimientos (voluntad pedagógica del filósofo, el descenso dialéctico), para sacarles del error que les induce a creer que las sombras son reales. Aquellos, sin embargo, al no comprender sus palabras, se reirían de él, le tomarían por loco e incluso le querría matar (destino del filósofo, en memoria del propio Sócrates).
El filósofo es aquí el pensador libre, que conoce con su racionalidad cómo son las cosas y cómo están relacionadas, y se propone combatir la estupidez propia de la ignorancia, liberar a los humanos de la opresión que implica el desconocimiento. En el Banquete escribió: “Igual sucede con los ignorantes; ninguno de ellos filosofa, ni desea hacerse sabio, porque la ignorancia produce precisamente el pésimo efecto de persuadir a los que no son bellos, ni buenos, ni sabios, de que poseen estas cualidades; porque ninguno desea las cosas de que se cree provisto”.
La alegoría de la caverna- que sigue siendo motivo de reflexión y símbolo de múltiples situaciones en que se encuentra el ser humano- plantea el tema central de la filosofía platónica: existen dos realidades, el mundo material y el mundo de las Ideas, y un ca mino de conocimiento por recorrer para alcanzar la verdad.
2.La realidad de las Ideas
Si para Sócrates el conocimiento verdadero se hallaba en las ideas innatas, Platón considera, siguiendo a Parménides, que la verdad se caracteriza precisamente por ser (estar presente, existir). Este es su requisito ineludible: solo podemos decir que algo es verdad si efectivamente existe, si podemos probar su existencia.
Para poder sostener esta afirmación, Platón necesita demostrar la existencia de un mundo de Ideas, un tipo de realidad ideal, diferente al mundo natural y sensible. Hay que evitar considerar las Ideas platónicas como algo meramente mental, que reside en la cabeza. La Idea es, por el contrario, lo real por antonomasia. Nuestras ideas, las ideas que utilizamos constantemente en nuestro pensar, han de tener su fundamento en algo que existe fuera de nosotros y no solamente en nuestra razón: deben ser objetivas. De lo contrario, lo que pueda haber de verdadero en nuestras ideas será mera ficción, no tendría fundamento alguno.
Así pues, existen dos mundos: uno material y sensible, el que percibimos con nuestros sentidos, y otro ideal, formal, que solo podemos alcanzar a través de la razón. El mundo sensible está lleno de “ejemplos” que “se parecen” o “participan” del mundo de las Ideas, donde se halla el verdadero ser de las cosas. Mientras aquí hay una enorme multiplicidad de árboles, todos diferentes en su singularidad, el otro mundo contiene la Idea única de árbol, lo que hace ser árbol a cada uno de ellos, Idea que también está en nuestra mente y que nos permite reconocer los objetos, saber qué son cuando los vemos.
Platón deberá demostrar la existencia de este mundo de Ideas. Que las Ideas están en nuestra razón es evidente, pues son nuestros contenidos mentales; lo difícil será probar que también están fuera de ella, en algún lugar trascendente. La forma de probarlo no podrá ser otra que la racional, pues se trata de un mundo inteligible y, por tanto, imposible de percibir con los sentidos. En el intento de probar racionalmente su existencia, Platón nos da muchas pistas acerca de cómo funciona la razón humana y su íntima relación con el lenguaje.
Veamos algunas reflexiones:
*Si la palabra árbol la aplicamos a muchos seres particulares, pero no pertenece a ninguno en concreto, es porque existe, como tal Idea, fuera de los objetos.
*Si observamos que la naturaleza se reproduce según cierto orden y regularidad, es porque sigue un modelo prefijado, anterior, eterno, lo que el científico llamará las leyes de la naturaleza.
*Las ideas que aplicamos a las cosas son anteriores a la experiencia concreta- son a priori- y están fuera de nuestras mentes: observamos objetos bellos, personas bellas y paisajes bellos, y los reconocemos porque antes de verlos ya sabíamos qué es la belleza. En todos los casos su belleza se desgasta y envejece; por tanto, debe existir la belleza como referente ideal, anterior y exterior, que nos permite decir qué cosas son más o menos bellas.
*En el orden social, lo mismo se puede decir de la Idea de justicia. Si se admite- como los sofistas- que cada época y cada ciudad, cada persona, tiene una visión distinta de la justicia, el resultado es ciertamente injusto, pues lo que hoy es justo no lo será mañana. Es necesario- pensó Platón- que la justicia en sí exista como tal, aunque los humanos no la conozcamos enteramente. En la medida en que ejercitamos la racionalidad, nos vamos aproximando a ella, al ideal de justicia.
En fin, Platón supone que las Ideas existen fuera del mundo sensible y son anteriores a él, como una realidad objetiva que es la razón de ser de todas las cosas.
Con todo ello, podemos afirmar que las características de las Ideas son:
*Eternas: no han comenzado a existir ni dejarán de hacerlo.
*Inmutables: no cambian ni pueden cambiar.
*Únicas: solo hay una idea para cada tipo de realidad sensible.
*Inteligibles: se pueden pensar o conocer, pero no aprehender por los sentidos.
*Perfectas: no se les puede añadir nada nuevo que las haga mejores.
*Causa y modelos de lo sensible: de ellas participan las cosas sensibles y estas las imitan.
3.El mundo sensible
En uno de sus diálogos de vejez, Timeo, Platón se detuvo a reflexionar sobre el mundo sensible.
Lo sensible, aun no siendo perfecto, por encontrarse entre el ser y el no ser, goza de cierta realidad. El universo, compuesto inicialmente de una materia informe, era caótico hasta que fue transformado gracias a la acción de un ser denominado Demiurgo, que le transmitió la forma y la unidad del mundo inteligible, y lo convirtió en cosmos.
Todo parece apuntar a que este Demiurgo es una realidad intermedia entre el mundo sensible y el inteligible, un ser superior, artífice del mundo físico, que nos recuerda al Nous de Anaxágoras.
El Demiurgo confeccionó el mundo que nos rodea, pero no lo creó desde la nada, ya que la noción judeocristiana de Creación es completamente ajena a la mentalidad griega de la época, que suponía la eternidad de la materia. Este ser bueno e inteligente ordenó el universo tomando como modelo el mundo de las ideas. Así, el cosmos no tiene la perfección de las ideas, pero, de algún modo, refleja su bondad y su belleza.
En Timeo, Platón describió el universo material dividiéndolo en dos ámbitos: el celeste, inmutable y compuesto por un conjunto de esferas, y el terrestre, resultado de la mezcla de los cuatro elementos (aire, fuego, agua y tierra), cambiante según varía la combinación entre esos elementos.
4.La relación mundo sensible- mundo de las Ideas
Aunque los dos mundos son distintos, entre ellos existe una relación de participación (méthexis) e imitación (mímesis).
*El mundo sensible participa del mundo inteligible, de modo que las cosas son lo que son, tienen una esencia unitaria y permanente, porque participan de las Ideas. Para Platón, hay ideas de todo cuanto existe en el mundo sensible y cambiante. El hombre es hombre porque participa de la idea de hombre; lo mismo sucede con todas las demás realidades sensibles. Esta participación trasciende el ámbito material, de manera que, cuando las cosas participan de las ideas, estas permanecen inmutables e idénticas a sí mismas.
*El mundo material imita al mundo de las ideas, porque las cosas que percibimos con nuestros sentidos son copias de aquellas, menos perfectas, y sometidas al cambio y la pluralidad. Los seres materiales copian las ideas de manera semejante a como la sombra de un cuerpo copia imperfectamente ese cuerpo.
(AA. VV. Historia de la Filosofía. Editorial Casals. Barcelona 2016- C. Fernández Martorell y P. Montaner Lacalle. Historia de la Filosofía. Los filósofos y sus textos. Editorial Almadraba. Madrid. 2009)
Platón vivó una época de crisis y decadencia, de la cual culpó al enfoque relativista con el que los sofistas abordaron el análisis del bien y la virtud. Su maestro Sócrates, por el contrario, había transmitido la necesidad de indagar sobre la verdadera virtud y el verdadero bien.
La filosofía práctica de Platón- su ética y su política- se edifica sobre sus teorías acerca de las ideas, el hombre y el conocimiento, pues estaba convencido de que el ser humano no puede obrar el bien si no conoce lo que es el Bien en sí, la idea suprema de Bien.
El pensador ateniense sostenía que todos los hombres desean cosas buenas y la felicidad, pero con frecuencia sucede que no saber distinguir los bienes verdaderos de los bienes aparentes; muchas veces desconocen en qué consiste el bien y confunden el objeto de la verdadera felicidad con realidades imperfectas, como los placeres sensibles, las riquezas o los honores. Para Platón, el bien y la felicidad solo se pueden hallar en la contemplación de las ideas y especialmente de la idea más elevada, que es la del Bien.
Ahora bien, ¿cómo es posible alcanzar esa felicidad y esa visión de las ideas a la que todos aspiran? Solo hay un camino: el cultivo de la sabiduría y de la virtud, que, en el fondo, para Platón, se identifican. En este sentido, fue continuador del intelectualismo moral socrático, según el cual, quien conoce el verdadero bien no puede dejar de practicarlo y, por el contrario, quien se deja llevar por el vicio es por ignorancia con respecto a aquel.
La primera tarea del filósofo consistirá en explicar qué es la virtud, en buscar la idea o esencia de esta, es decir, aquello por lo que las diferentes virtudes merecen tal nombre. Platón no llegó a dar una definición de virtud, si bien, al revisar sus obras, es posible hacer una aproximación a este concepto:
*La virtud es algo interior del alma que le proporciona armonía y salud. No es una simple habilidad técnica- como proponían los sofistas- que se puede enseñar en un sentido meramente externo, sino que ha de brotar del alma de quien la busca (aunque requiera el apoyo de alguien que ya haya transitado el camino de la virtud). Platón pensaba que la verdadera educación es interior, es un autoaprendizaje.
*La virtud es un saber o conocimiento acerca del bien. Ser virtuoso consiste en ser capaz de distinguir los bienes verdaderos de los aparentes y fugaces. Si actuamos mal es debido a la ignorancia, que impide al alma desvincularse de lo sensible y material.
*La virtud es una purificación para el alma que le permie liberarse del cuerpo y retornar al mundo de las ideas tras la muerte. De hecho, el hombre virtuoso se desliga del cuerpo ya en la vida mortal, pues no se deja arrastrar por los deseos sensibles. Platón entendía que el alma debe convivir con el cuerpo mientras permanece unida a él y por eso necesita cierta satisfacción sensible. Pero si esta se sobrevalora, impide al hombre dirigirse a su verdadero fin.
Platón expuso en el libro IV de la República cuatro tipos de virtudes:
*La sabiduría o prudencia (sofía) radica en la parte racional del alma y proporciona a las otras partes el conocimiento de lo que es conveniente para ellas y para el conjunto del alma. Su misión es dirigir bien tanto a los miembros del alma como a los de la comunidad. Sabio es, por lo tanto, quien dirige sus acciones de acuerdo con la ciencia y no con la opinión.
*La valentía o fortaleza (andreia) se asienta en el alma irascible y regula los impulsos y pasiones nobles. Con ella, las pasiones se someten a la razón para distinguir lo que se debe de lo que no se debe temer.
*La moderación o templanza (sofrosine) es la virtud propia del alma concupiscible y modera los deseos para que el hombre haga uso de los placeres sensibles con medida y equilibrio, actuando según el dictado de la razón.
*La justicia (diké) consiste “en hacer lo que corresponde a cada uno de modo adecuado” y el “que cada uno no se apodere de lo ajeno ni sea privado de lo propio”. En el caso del individuo, esta virtud lo capacita para que cada parte del alma realice bien la función que le corresponde. En su dimensión social, una polis es justa cuando todos los ciudadanos desempeñan satisfactoriamente sus funciones en el conjunto y cumplen con su deber.
(AA. VV. Historia de la Filosofía. Editorial Casals. Barcelona 2016)
Platón describe al individuo humano como un ser compuesto de alma y cuerpo. El alma es la parte más alta y digna, porque es semejante a lo divino, es decir, a las ideas; por su superioridad, el alma debe regir el compuesto humano. El cuerpo, por el contrario, debe ser gobernado por el alma, ya que es imperfecto; además, el cuerpo supone un obstáculo para el alma en su anhelo por alcanzar la contemplación de la verdad y el bien. Siguiendo la opinión de los pitagóricos, Platón consideró que el cuerpo es como una cárcel para el alma, de la que desea salir para vivir junto a las ideas.
La asociación de alma y cuerpo no es completa, porque es una unión temporal y accidental. Es temporal porque no dura siempre, pues se deshace tras la muerte del ser humano. Es accidental porque ambos elementos nunca pierden su identidad propia dentro del compuesto; en la antropología platónica, alma y cuerpo están unidos, pero siguen siendo dos cosas distintas, como el piloto y la nave, o como el jinete y el caballo.
El cuerpo humano, al pertenecer al mundo sensible, siempre ha estado en este mundo en el que vivimos, pero ¿dónde ha estado el alma humana antes de unirse al cuerpo? ¿cuál es su origen? El pensador ateniense consideró que el alma preexistió en el mundo de las ideas antes de unirse al cuerpo y esto lo sabemos por su afinidad con ellas. Si el alma tiene que ver con el mundo inteligible, es porque preexistió en él con anterioridad.
Entonces, si el alma habitaba en el mundo de las ideas y era feliz allí, ¿por qué ha abandonado aquel mundo para introducirse en un cuerpo? Platón trató de responder a este interrogante considerando que el alma humana en sí misma no posee una completa unidad, por lo que sus elementos no siempre actúan con total armonía.
Para intentar aclarar este razonamiento, expuso en Fedro el mito del carro alado. De acuerdo con él, el alma es como un carro tirado por dos caballos: uno representa las inclinaciones o impulsos nobles, mientras que el otro simboliza los apetitos y deseos. El auriga o conductor es la razón, que debe dirigir a ambos. Todo va bien mientras la razón gobierna al hombre, pero cuando el deseo de placeres se desboca, la razón pierde el control, se quiebra la unidad del alma y esta queda sujeta al mundo sensible.
A través de la imagen del carro alado, Platón muestra que el alma consta de tres partes o funciones:
*La racional, representada por el conductor del carro, que debe gobernar a todo el ser humano y conducirlo al conocimiento de las ideas. Los sujetos en quienes destaque esta parte del alma serán los amantes del saber.
*La irascible, simbolizada en el caballo bueno, en la cual se encuentran los impulsos nobles, como la valentía. Aquellos que sean gobernados por el alma irascible serán los amantes del poder y de los honores.
*La concupiscible o apetitiva, por la cual el humano busca y desea el placer sensible, y es arrastrado hacia lo material. Si domina este aspecto del alma, el individuo será amante del placer y del dinero.
Esta división tripartita del alma humana ocupó un lugar destacado en el pensamiento platónico, porque la empleó para explicar las diversas virtudes y la organización de la sociedad ideal.
Otra cuestión importante es saber si el alma permanece cuando se separa del cuerpo tas la muerte y ese se corrompe. Al igual que los pitagóricos, Platón sustentó que el alma es inmortal. No obstante, a diferencia de ellos, trató de razonarlo, alegando que el alma humana es semejante a las ideas porque ha vivido junto a ellas y las ha contemplado antes de introducirse en un cuerpo; por consiguiente, es afín a lo divino y es imperecedera. Es decir, pertenece a su esencia perdurar, aun cuando el cuerpo desaparezca. En el diálogo Fedón escribe: “El alma es lo más semejante a lo divino, inmortal, inteligible, uniforme, indisoluble y que está siempre idéntico consigo mismo”. Al igual que las ideas, no tiene partes materiales y, por tanto, no puede morir, pues no puede descomponerse ni corromperse.
Tras la muerte, el destino del alma es alcanzar y contemplar nuevamente el mundo de las ideas. Sin embargo, siguiendo a los pitagóricos, Platón afirmó que no todos lo consiguen, pues el alma que no se libera plenamente de los impulsos que la atan al mundo sensible pasará (transmigrará) de un cuerpo a otro después de la muerte; ese otro cuerpo podrá ser humano o animal, dependiendo de lo racional o irracional que haya sido su vida. Solo podrá lograr su objetivo cuando esté enteramente purificada de lo terreno mediante una vida virtuosa.
(AA. VV. Historia de la Filosofía. Editorial Casals. Barcelona 2016)
Entre las principales preocupaciones de Platón figuró, desde el principio, la política. Hubiera deseado participar en la vida pública de Atenas, como nos relata en la Carta VII, e intentó hasta en tres ocasiones implantar su sistema político ideal en Sicilia, pero fracasó en todas ellas.
En su análisis de la Atenas socrática, Platón encuentra dos defectos fundamentales: la incompetencia e ignorancia de los políticos y las luchas entre grupos de tendencias oligárquicas y democráticas que permitían que, en cualquier momento, los intereses de grupo prevalecieran sobre las necesidades del Estado, lo cual resultó ser una de las principales causas de la relativa inestabilidad del gobierno de las ciudades -Estado griegas.
Todos sus esfuerzos se dirigen, pues, a proyectar una reforma política. Y como considera que tanto la democracia como la tiranía son causa de los males de Atenas, y éstos, a su vez, resultado del relativismo y escepticismo de los sofistas, la pretensión de Platón será fundamentar la polis y sus instituciones en el “orden eterno del ser”. Es decir, en un orden de principios que hay que descubrir y luego enseñar.
La base de la reforma platónica será, pues, la educación, y la última justificación de sus gobernantes el saber, entendido en la línea de identificación socrática entre saber y virtud. Por ello, tras el fracaso de sus intentos de intervención política directa, Platón se dedicará al estudio y a la enseñanza, a la preparación de la élite que debería gobernar.
1.Organización política y justicia
En La República, Platón expone su concepción de la organización social y política ideal al hilo de una investigación sobre la justicia. partiendo de una definición de justicia (“dar a cada uno lo suyo”) que Platón, por boca de Sócrates, considera insatisfactoria, propone un análisis de qué sea “lo justo” en el hombre y en la ciudad, para llegar a una definición satisfactoria de justicia.
Por esta razón se pregunta cuál es el origen de la ciudad. Ésta surge para dar satisfacción a las complejas necesidades del hombre, ya que nadie puede bastarse a sí mismo. El reparto del trabajo se encuentra, así, en la base de toda ciudad.
Las necesidades humanas básicas son alimento, la habitación y el vestido. Se requiere, por tanto, la existencia de labradores y artesanos. Aparecen el comercio y el dinero y surgen otras necesidades.
En este contexto expone el tema central del diálogo La República: la organización política ideal y la educación de los distintos tipos de ciudadanos.
Dos son las tesis principales de la teoría política platónica:
*El gobierno de la ciudad debe ser un arte basado en un conocimiento verdadero.
*La sociedad es una mutua satisfacción de necesidades entre sus miembros, cuyas capacidades se complementan.
2.La división platónica de la sociedad
Las dos tesis expuestas llevan a Platón al planteamiento de una organización cerrada de la sociedad estructurada en tres grupos bastante rígidos:
-Productores: campesinos, comerciantes y artesanos.
-Guardianes- guerreros.
-Gobernantes-filósofos.
La sociedad organizada de este modo, se corresponde con la división que Platón hace del alma humana. Como en cada hombre predomina una de las tres partes del alma, esto permite la distribución de los roles sociales de acuerdo con las características psicológicas de los individuos.
Así, en los agricultores y ganaderos- los productores- domina la parte concupiscible del alma; en los que velan por la seguridad de sus conciudadanos- los guardianes o guerreros-, la parte irascible; y en los gobernantes, la racional.
A cada uno de estos grupos sociales corresponde practicar, según Platón, una virtud particular. La prudencia sería la virtud de los gobernantes, la valentía, la virtud de los guerreros y la templanza la de los agricultores y artesanos. Estas virtudes corresponden a cada grupo social por ser la virtud que predomina en el alma de los hombres que integran ese grupo.
La justicia aparece como la reguladora de las relaciones entre los individuos en el Estado, al igual que orden la relación armónica de las partes del alma en el individuo. Platón logra así una definición de la justicia (“hacer cada uno lo suyo”), que era el propósito con el que se inició la investigación de La República.
3.La formación de los guardianes y los gobernantes
Para Platón, una ciudad feliz es aquella en la que cada cual cumple su misión conforme al orden ideal. En esta ciudad ideal, el gobierno corresponde a los mejores por sus capacidades naturales y su educación. La tarea del gobernante consiste en vigilar que este orden se mantenga, que cada individuo ocupe el puesto que por aptitud natural le corresponde y reciba la educación adecuada a su posición en la sociedad.
Platón dedica una gran parte de La República a analizar las aptitudes naturales y a tratar el problema de la educación de los guardianes, sí como de la de los gobernantes, porque de estos dos grupos dependerá principalmente el ben funcionamiento de la ciudad.
3.1.La educación de los guardianes
Los guardianes deben tener un régimen especial de vida: se alojarán separados del resto de los ciudadanos; no poseerán riquezas propias, ni tampoco vivienda privada, ni familia, ni mujeres en régimen de matrimonio monogámico permanente. Cuando se unan con mujeres, éstas serán de su misma clase, y se preservará la pureza del grupo controlando la descendencia con medidas eugenésicas, es decir, haciendo que los individuos del grupo mejoren desde el punto de vista biológico: evitando que tuvieran descendencia los individuos más débiles y defectuosos, según el modelo espartano.
No teniendo nada propio, la clase de los guardianes estará en mejores condiciones para cumplir su papel de exclusivos servidores de los intereses de la República.
3.2.La educación de los gobernantes
Los gobernantes proceden de la clase de los guardianes o guerreros. Se seleccionan entre los mejores guardianes. Su procedencia y selección, así como su educación, ocupan el centro de sus preocupaciones, ya que la única justificación válida para llegar a ser gobernante es la de contarse entre los mejores o los más sabios.
Platón establece, pues, una relación entre “saber” y “derecho”, e incluso “deber”, de gobernar. La clase gobernante es una especie de aristocracia basa en la capacidad intelectual y en la preparación científica. El filósofo-gobernante debe practicar la dialéctica, que es el método para alcanzar el grado supremo de saber en la jerarquía del conocimiento. Pero previo al estudio de la dialéctica, el filósofo debe estudiar las ciencias que Platón considera fundamentales, algunas de las cuales forman parte de la preparación de los guerreros o guardianes: gimnasia, música, cálculo, aritmética, geometría y astronomía.
Estas ciencias conducirán al alma hasta la dialéctica, que el filósofo debe alcanzar no sólo para disfrute personal, sino con el fin de devolver como gobernante el cuidado y la educación que la ciudad le ha proporcionado. Porque sólo el filósofo reúne las cualidades necesarias para el buen gobierno de la ciudad.
4.El gobierno de los filósofos
Platón, tanto por su tradición familiar como por su propia vocación, estaba destinado a las tareas políticas. Sin embargo, en el año 399 a. C., Sócrates, su maestro, fue condenado a muerte y, Platón, decepcionado por esta condena, abandonó la política activa.
A los ojos de Platón, Sócrates era un dechado de virtud y, sin embargo, había sido condenado a muerte. Dicha había sido impuesta por un jurado “legal”, compuesto por 500 ciudadanos atenienses elegidos de acuerdo con las leyes. A este respecto, el propio Platón, presente en el juicio, pudo comprobar que se cumplieron todos los requisitos exigidos por la Constitución democrática de Atenas. Y, no obstante, a su parecer, esta condena había constituido una manifiesta injusticia, un colosal desatino.
Platón se resolvió, ante tal hecho, a llevar a cabo un profundo análisis filosófico encaminado a averiguar cómo debía ser un Estado en el que reinara una auténtica justicia y en el que no tuvieran cabida hechos como el señalado. Platón reconoce que para gobernar el Estado es necesario recurrir al poder. Ahora bien, una cosa es el poder egoísta e interesado, el poder arbitrario del tirano o el poder del más fuerte o el más astuto; y otro, el poder justo del gobernante legítimo y honesto. ¿Cuál es la diferencia entre ellos? Según nuestro autor, la diferencia reside en que el poder legítimo y honesto se fundamenta en la idea de Bien, mientras que los otros tipos de poder se apartan en mayor o menor medida de dicho fundamento.
Pero, ¿cómo alcanzar la idea de Bien? Para Platón, la idea de Bien no puede alcanzarse mediane ningún tipo de enseñanza mítico religiosa, ni tampoco mediante la decisión de la mayoría y mucho menos recurriendo a la fuerza o a la astucia, sino únicamente por medio de la facultad más alta y más sublime de cuantas poseemos los seres humanos, a saber, la razón.
Ahora bien, ¿cuál es la actividad propia y característica de la razón? La filosofía. En consecuencia, únicamente mediante un serio esfuerzo filosófico será posible alcanzar la idea de Bien. Para Platón únicamente la filosofía puede llevarnos a descubrir la esencia del poder legítimo y honesto, es decir, la naturaleza del Estado justo. Por tanto, los filósofos deberían ser los encargados del gobierno, porque únicamente estos son capaces de “llegar al conocimiento” de la idea de Bien y, en consecuencia, son los únicos capaces de conocer la auténtica verdad.
La política de Platón es, ante todo, una política de ideales, fundamentada en el mundo de las ideas, ya que, según él, solo quienes logren comprender el orden y la jerarquía de dicho mundo y ascender a la contemplación de la idea de Bien, la idea suprema, serán capaces de averiguar en qué consiste el Estado perfecto y la justicia perfecta y, por ende, organizar y gobernar el Estado. No obstante, nuestro autor, en modo alguno se quedó en este nivel, sino que también intentó descender a la política concreta. A este respecto, según su opinión, la tarea política del filósofo debe abarcar, al menos, las cuatro dimensiones siguientes: En primer lugar, diseñar el prototipo del Estado ideal. En segundo, esforzarse, sin pausa ni descanso, en mejorar tal diseño. En tercero, procurar que la práctica política concreta se aproxime lo máximo posible a las directrices del Estado ideal. Y en cuarto, llevar a cabo una sana pedagogía política encaminada a la educación de los ciudadanos, pues tal y como pone de relieve Platón, ellos deben ser los encargados de impartir la educación para la ciudadanía.
Así pues, según nuestro autor, solo los filósofos deben gobernar. Ahora bien, ¿quiénes pueden llegar a ser filósofos? En teoría, todos los seres humanos. Pero a la hora de la verdad resulta que solo unos pocos lo logran. ¿Quiénes? Los mejor preparados: los más constantes, los más deportistas y los más altruistas. A este respecto, en el libro VII de la República se nos presenta una larga “carrera” que comienza desde niño y dura hasta después de los cincuenta años, y que tiene lugar, al principio, por el mundo de las artes y las ciencias y, posteriormente, por el de las ideas.
Y a “los que se hayan acreditado como los mejores”, se les debe obligar a elevar el “ojo del alma”- o sea, el entendimiento- hacia la idea de Bien y, tras contemplar el Bien en sí, “sirviéndose de éste como paradigma” serán los encargados de “organizar durante el resto de sus vidas- cada uno a su turno- el Estado, a los particulares y a sí mismos, pasando la mayor parte del tiempo con la filosofía, pero, cuando el turno llega a cada uno, afrontando el peso de los asuntos políticos y gobernando por el bien del Estado”.
Las tareas del Estado son muy numerosas, pero además de las ya señaladas, Platón hace hincapié en las dos siguientes: la eliminación de la pobreza y de la riqueza y la educación de la juventud.
*La eliminación de la pobreza y la riqueza. A juicio de nuestro autor, tanto la pobreza como la riqueza impiden a los individuos cumplir correctamente con sus funciones sociales. En consecuencia, proscribe la propiedad privada tanto para los guerreros como para los filósofos o gobernantes. La clase de los productores podrían poseer propiedades y hacer el uso que consideren oportuno de las mismas; sin embargo las otras dos clases no.
*La educación de la juventud. Según Platón, las mujeres, exactamente igual que los varones, deben ser educadas tanto en las ciencias y las artes (astronomía, música, matemáticas, etc.) como en las actividades físicas (gimnasia, estrategia militar…); por tanto, el Estado deberá hacerse cargo de la educación de los hijos. A estos efectos, nuestro autor propone la supresión de la familia convirtiéndose así el Estado en una única y gran familia.
5. Influencia de la teoría política de Platón
No ha faltado quien haya visto en la teoría política de Platón un precedente de una concepción totalitaria e incluso una justificación para sistemas inquisitoriales posteriores.
Si bien lo que acabamos de decir es cierto, habría que añadir, sin embargo, que en Las Leyes, una de sus últimas obras, Platón no sólo llegó a reconocer el carácter utópico de muchas de sus propuestas de La República, sino que volvió a conceder a la ley y al derecho el lugar que ocupaban en la estimación moral de los griegos, según la cual tanto el gobernante como el súbdito estaban sometidos.
Por otro lado, La República platónica ha servido como fuente de inspiración para numerosos teóricos que han visto en ella el modelo para sus utopías políticas, que, sin duda, han contribuido a crear una sociedad más justa e igualitaria.
Entre los filósofos influidos por la teoría política de Platón podemos citar a T. Moro, autor de Utopía (1516); T. Campanella, que escribió La Ciudad del Sol (1623); y, por último, F. Bacon, con su Nueva Atlántida (1627).
Por el contrario, entre los detractores de Platón podemos hallar a Maquiavelo, quien en su obra El Príncipe (1513) critica el idealismo platónico de La República por ser una ficción inoperante y estéril. Más recientemente, K. Popper, en su obra La sociedad abierta y sus enemigos (1945), considera al platonismo como el germen de las doctrinas totalitarias contemporáneas: el fascismo y el estalinismo.
(AA.VV. Paradigma 2. Historia de la filosofía. Editorial Vicens Vives. Barcelona. 2003
Diego Sánchez meca y Juan José Abad Pascual. Historia de la filosofía. Método@ pruebas. Editorial Mc Graw Hill. Madrid. 2009)
En el período del pensamiento griego que se extiende desde el surgimiento de la filosofía hasta el siglo V a. C., los filósofos presocráticos trataron de determinar el ser de la naturaleza y el modo de conocerla. Sin embargo, esta pretensión fue criticada por otro grupo de pensadores, los sofistas, que sostenían que resultaba imposible conocer la naturaleza.
Platón reaccionó ante este escepticismo y sostuvo que era posible alcanzar la verdad. Para conseguirlo, hay que ir más allá de los datos que nos ofrecen los sentidos, porque lo que percibimos a través de ellos son sólo las apariencias de las cosas. Sin embargo, detrás de las apariencias de las cosas se encuentran las esencias. Así pues, según Platón, existe un mundo de las ideas más allá del nuestro, al que pertenece también nuestra alma y donde reina el Bien. En el mundo de las ideas se hallan los seres verdaderos, es decir, los que ni nacen ni mueren, ni cambian ni varían.
Para sostener esta tesis, platón diseña una metafísica donde se distingue entre mundo inteligible o mundo de las ideas y mundo sensible o mundo de las apariencias. Además, elaboró una teoría del conocimiento donde diferencia entre diversos grados o modos de conocer. Finalmente, formuló una concepción del ser humano donde mantuvo que este está formado por un alma inmortal y un cuerpo mortal. De acuerdo con dichas teorías, desarrolló una doctrina ética fundamentada en la justicia, así como una concepción política en la que propuso una determinada forma de organización social. En la formación de este amplísimo y complejo sistema de pensamiento se pueden señalar tres influencias principales: Parménides, sofistas y Sócrates.
1.La verdad para Parménides
Todos los filósofos presocráticos coincidieron en el hecho de entender la filosofía como la búsqueda de la causa o fundamento primero capaz de explicar la naturaleza en su conjunto, es decir, la totalidad de la realidad. De acuerdo con esta pretensión, Parménides defendió que la realidad (el ser) es lo que no varía, lo que existe siempre, y es el objeto de la ciencia(episteme).
Por el contrario, la diversidad de las cosas y sus transformaciones, tal como las percibimos mediante nuestros sentidos corporales, no son la realidad, sino sólo apariencias engañosas de las que únicamente podemos tener in conocimiento aproximado e incierto (no ciencia), al que Parménides denominó “opinión” (doxa).
En resumen, los sentidos corporales no ven más que apariencias, aunque nos produzcan la ilusión de que estamos viendo o percibiendo la realidad. Por el contrario, la auténtica realidad solo puede ser captada por la razón. De este modo, Parménides contrapuso la auténtica ciencia, o ciencia del ser, al conocimiento sensible, o falsa opinión. Parménides planteó la primera teoría metafísica del ser y de la verdad. Posteriormente, esta teoría fue acogida por Platón, quien insistió en una idea análoga: solo es real lo que siempre es y permanece, es decir, las cosas inmutables, mientras que las cosas que cambian y varían se reduce a mera apariencia engañosa.
2.La percepción para los sofistas
En sus obras de juventud, Platón recogió, sobre todo, las enseñanzas de su maestro Sócrates, cuyas doctrinas se opusieron al escepticismo de los sofistas. No obstante, y a pesar de las duras críticas que el propio Platón dirigió a los sofistas, advirtió que, entre sus ideas, al menos una era válida y, por tanto, la incorporó a su sistema. Esta teoría es la teoría de la percepción de Protágoras. Para Protágoras, el hombre no percibe las cosas como son, sino tal como se le aparece a través de los sentidos.
Para Protágoras la percepción solo nos proporciona opiniones subjetivas que son válidas únicamente para la propia persona que percibe y en el momento en que percibe.
Con algunos retoques y matizaciones, Platón cree que esta concepción es válida respecto al conocimiento del mundo sensible, mundo de la apariencia o mundo de la simple opinión (doxa). No obstante, para Platón sí que se puede conocer el ser verdadero de las cosas percibidas en virtud de otra facultad: la razón. La razón es capaz de proporcionar otro tipo de conocimiento más elevado sobre las esencias existentes en el mundo de las ideas: la ciencia (episteme).
3.El saber para Sócrates
Para los sofistas solo existen opiniones particulares, válidas para cada individuo singular y concreto, pues dependen del modo de percibir de cada uno. Sócrates, en cambio, sostiene que existe un tipo de saber universal, válido en igual medida para todos. Este saber universal es el que proporcionan los conceptos universales.
Los conceptos universales son como esquemas mentales mediante los cuales se sintetiza en una sola idea un conjunto de aspectos pertenecientes a los distintos seres individuales.
De este modo, mediante su teoría de los conceptos universales, Sócrates supera el escepticismo de los sofistas. Así, por ejemplo, los sofistas señalaban que la justicia variaba de una ciudad a otra, por lo que no se podía dar una definición de justicia válida para todos, ya que en unos lugares era de una manera y, en otros, de otra. Sócrates, por el contrario, mantiene que sí es posible establecer tal definición, pues mediante nuestra actividad intelectual podemos encontrar una definición de la justicia que exprese su esencia común, es decir, aquello que hace que la justicia sea justicia.
Por consiguiente, se trata de un concepto que puede ser aceptado por todos los seres humanos y de acuerdo con el cual resulta posible juzgar, no sólo las acciones y comportamientos de cada individuo, sino también los códigos jurídicos y morales de las distintas ciudades y los diferentes Estados.
Así pues, Sócrates afirma que en las distintas percepciones de la justicia existen ciertos elementos comunes que constituyen su esencia. Estos elementos comunes pueden ser expresados mediante los conceptos universales. En esto consiste, precisamente, el conocimiento científico. A este respecto, nuestro autor señala la existencia de un método apropiado para alcanzar tales elementos comunes, a saber, el método dialéctico o el diálogo.
El método dialéctico procede a partir de una definición menos adecuada hasta alcanzar otra más adecuada, o también a partir de la consideración de ejemplos particulares hasta llegar a una definición universal.
Platón nos ha dejado multitud de ejemplos que siguen el método socrático en varios de sus diálogos, por ejemplo, en el Menón, donde Sócrates empieza declarando que no sabe qué es la virtud y pegunta a su interlocutor si tiene alguna idea al respecto. Entonces Menón, su interlocutor, le da una primera definición. Sin embargo, Sócrates se muestra sólo parcialmente satisfecho y, por tanto, sigue planteando más preguntas. De esta forma, su interlocutor se ve obligado a responder, hablando más, mientras que Sócrates dirige la conversación para que quede patente, finalmente, lo inadecuado de la primera definición dada. Así, su interlocutor se ve obligado a rectificar y proponer una segunda definición, que modifica la primera. Pero de nuevo Sócrates le anima a introducir nuevos elementos de consideración y a proponer otras definiciones más complejas y ajustadas.
De acuerdo con su maestro, Platón desarrolló tanto la doctrina socrática de los conceptos universales como su método dialéctico, mediante el cual intentará alcanzar el auténtico conocimiento.
(Diego Sánchez Meca y Juan José Abad Pascual. Historia de la filosofía. Bachillerato 2. Método@pruebas. Editorial Mc Graw Hill. Madrid 2009).
1.La reminiscencia
Las ideas no se pueden percibir con los sentidos corporales, aunque vienen al pensamiento ante el estímulo de cosas que percibimos. De este hecho, Platón concluye que la razón las ha tenido que conocer antes. Para probar su teoría, el diálogo Menón recoge el interrogatorio al que Sócrates somete a un esclavo ignorante en matemáticas sobre la longitud que han de tener los dados de un cuadrado para que su área sea el doble que el de otro cuadrado. El esclavo, ignorante en matemáticas y sin comprender el problema, da la respuesta correcta gracias a las preguntas de Sócrates.
De este modo, Platón nos muestra cómo el conocimiento matemático no se deriva de la experiencia. Esta solo ofrece la ocasión para que el alma recuerde algo que ya ha existido en ella con anterioridad. Concluimos, pues, que el conocimiento matemático es un conocimiento innato, supratemporal y racionalmente válido. A partir de él, Platón extiende a todo el ámbito del conocimiento científico estas características.
Para explicar los conocimientos innatos, Platón recurre a la doctrina órfico-pitagórica sobre la inmortalidad del alma. Según esta teoría, las almas no son solo inmortales, sino también eern.as Esto significa que no solo continuarán existiendo después de la muerte del cuerpo, sino también que existen antes de su unión con él. Así, antes de que un niño nazca, ya existía su alma, es más, todas las almas han existido desde siempre en el mundo inteligible, o lo que es lo mismo, en el mundo de las ideas.
Ahora bien, las almas en el mundo inteligible han contemplado la verdadera realidad, la verdad en sí, la justicia en sí, el auténtico caballo, la auténtica silla, etc. Sin embargo, cuando las almas se unen a los cuerpos y viene a este mundo, es decir, al mundo sensible, olvidan lo que anteriormente han visto. No obstante, bajo el estímulo de la percepción, recuerda aquellas esencias olvidadas. Ese recuerdo hace nacer en el hombre el amor por las ideas- el Eros filosófico-, bajo cuyo impulso el alma puede elevarse de nuevo al conocimiento de la verdadera realidad.
Para Platón, por tanto, todo conocimiento es recuerdo(anámnesis) de las ideas o esencias de las cosas que nuestra alma ha contemplado durante su preexistencia en el mundo inteligible. La ignorancia no es, pues, otra cosa que el olvido de tales ideas.
2.Grados y niveles del conocimiento
Del mismo modo que Platón va más allá de la enseñanza de su maestro Sócrates al establecer que las ideas no son solo conceptos universales sino la realidad en sí, también supera la concepción del conocimiento que había propuesto Parménides. Este distinguió entre ciencia auténtica (episteme), que tiene por objeto el conocimiento del ser, y la simple opinión (doxa), que se refiere a las apariencias.
Frente a esta división, Platón introduce una importante innovación: otorga a la opinión, en el caso de ser correcta, cierta validez en la escala del conocimiento. Platón distingue, básicamente, dos niveles de conocimiento: el sensible y el inteligible. A su vez, dentro de cada uno de estos niveles, distingue dos grados, dando lugar a la siguiente clasificación:
*Conocimiento sensible. Es el que se refiere al mundo de las cosas naturales o mundo de las apariencias. Su rango es de segundo orden en relación con el conocimiento inteligible, pues al estar referido a objetos que cambian y varían nunca puede ofrecer una certeza científica firme, sino solo probabilidades. En otras palabras, cae bajo el ámbito de lo opinable. No obstante, se pueden señalar dos grados dentro de este ámbito: la conjetura y la creencia.
-Conjetura. Aquello que se limita al conocimiento de las simples apariencias, sin intentar descubrir tras ellas su auténtico sentido.
-Creencia. Aquello que tiene por objeto la comprensión ordenada de las cosas naturales y artificiales. Es decir, equivaldría a las ciencias y las artes, por ejemplo, la música, la astronomía, etc. Los objetos de estas ciencias se perciben por los sentidos. El de la música por el oído, el de la astronomía por los ojos, etc. Sin embargo, estos objetos, una vez ordenados y comprendidos por la razón, dan lugar a las ciencias de los objetos sensibles.
*Conocimiento inteligible. Es el que se refiere al mundo inteligible o mundo de las ideas. Como en el caso del mundo sensible, Platón también distingue dos grados: el razonamiento matemático y la dialéctica.
-Razonamiento matemático. Aquel que tiene por objeto la actividad racional, cuya finalidad son las relaciones entre los números, es decir, entre los entes matemáticos. En este sentido, cabe señalar que Platón concede un gran valor al estudio de las matemáticas como preparación y entrenamiento para la dialéctica.
-Dialéctica. También se denomina “ciencia suprema”. Su objeto consiste en el conocimiento de la auténtica realidad.
Además, según Platón, existen distintos grados de conocimiento. Por una parte, se encuentra el conocimiento del mundo sensible, que proviene de lo que vemos con nuestros sentidos y es el ámbito de la opinión. A través de él conocemos imágenes o sombras de las cosas, que no son más que puras conjeturas con las que las interpretamos y explicamos. Conocemos también los objetos materiales concretos, de los que tenemos solo creencia. Creencia y conjetura, por tanto, son formas de opinión.
Sin embargo, para Platón, el verdadero conocimiento solo tiene lugar cuando alcanzamos los objetos inteligibles, que son los que se captan con la razón y no con los sentidos. Pero también dentro de la razón hay que distinguir entre la razón discursiva y la razón intuitiva.
*Razón discursiva. Se ocupa de los objetos matemáticos, valiéndose de figuras imaginarias o reales de los objetos sensibles para llegar, a través de hipótesis, a los inteligibles. Es de lo que se ocupan la aritmética y la geometría. El conocimiento de las matemáticas es, pues, un conocimiento intermedio entre el mundo sensible y el mundo inteligible.
*Razón intuitiva. Constituye el grado máximo y más perfecto de conocimiento, pues consiste en contemplar las esencias de las cosas en sí mismas. Esta contemplación o ciencia perfecta es lo que, para Platón, proporciona la dialéctica, el método propio de la filosofía.
El objetivo del sabio debe consistir en superar los impedimentos de lo sensible, de lo material y de lo temporal para llegar al auténtico ser, a la auténtica realidad, lo que significa librarse de los límites del cuerpo y del no-ser del tiempo.
3.La dialéctica
Gracias a la dialéctica, el entendimiento llega al último límite del mundo inteligible, allí donde están las ideas, que es lo más elevado que el hombre puede alcanzar en esta vida. En un sentido general, la dialéctica tiene para Platón el mismo significado que para Sócrates, es decir, es el arte del diálogo. Sin embargo, Platón engloba bajo este término todo pensamiento discursivo en cuanto diálogo del alma consigo misma.
En el pensamiento platónico, la dialéctica consiste en un procedimiento propio del conocimiento racional. Se trata de una técnica o un método para descubrir la verdad suprema, la suprema realidad.
La dialéctica no es, sin embargo, un método deductivo como lo es el método que se emplea en el razonamiento matemático, a través del cual se deducen conclusiones implicadas en enunciados generales.
La dialéctica es un procedimiento de selección de las características que, en las cosas, pueden ser más adecuadas para determinar su verdad o su valor cuando se las juzgan a partir de sus modelos, las ideas.
El objetivo que persigue la dialéctica es posible porque las ideas del mundo inteligible están ordenadas jerárquicamente y presididas por la idea del Bien.
En el mundo de las ideas, la idea de Bien ocupa el lugar más elevado. Es la idea de las ideas, pues está por encima de todas y constituye la meta última de todo cuanto existe. Esto significa que el mundo de las ideas constituye un sistema ordenado y jerarquizado que la razón puede conocer mediante el método dialéctico.
De manera análoga como la luz del sol permite ver y distinguir las cosas en el mundo vivible, la idea de Bien permite conocer la verdad y alcanzar el conocimiento del mundo inteligible y, en último término, de todo tipo de realidad.
En consecuencia, la dialéctica, en un primer momento, consiste en un ascenso cognitivo desde el mundo sensible al mundo inteligible. Ahora bien, este proceso no basta, sino que, una vez que hemos llegado al mundo inteligible, es preciso continuar ascendiendo de idea en idea hasta la suprema idea, que es idea de Bien.
Para Platón, este ascenso cognitivo constituye, al mismo tiempo, un ascenso en el ser o, lo que es lo mismo, un ascenso ontológico porque el alma, durante esta ascensión, se perfecciona a sí misma.
(Diego Sánchez Meca y Juan José Abad Pascual. Historia de la filosofía. Bachillerato 2. Método@pruebas. Editorial Mc Graw Hill. Madrid 2009).
Fueron el siglo VI a. C. y la ciudad de Mileto- puerto griego de la costa de Asia Menor- la época y el escenario de los más remotos intentos filosóficos de que poseemos noticia. Allí vivió Un personaje cuyo conocimiento llega hasta nosotros envuelto en la oscuridad de la leyenda y del mito: Tales de Mileto, uno de los fabulosos Sabios de Grecia.
El concepto de filosofía permanece aún hoy bastante oscuro para la generalidad de los hombres, para todos aquellos cuyos estudios no se aproximan al campo mismo de la filosofía. Por lo general evoca en ellos ideas muy dispares y confusas. La palabra filosofía sugiere, en primer lugar, la idea de algo arcano y misterioso, un saber mítico un tanto impregnado de poesía, que hunde sus raíces en lo profundo de los tiempos, y es solo propio de iniciados. Evoca, en segundo lugar, la idea de un arte de vivir reflexiva y pausadamente. Una serena valoración de las cosas y sucesos exteriores a nosotros mismos, que produce una especie de imperturbabilidad interior. Así, cuando se dice en el lenguaje vulgar: “Fulano es un filósofo”, o bien, “te tomas las cosas con filosofía”.
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