El amor es uno de los tópicos más elaborados por las obras artísticas. Diversas películas, novelas y poemarios están atravesados por grandes historias de amor. Asimismo, el amor es un elemento fundamental en la tradición mítica y en la historia social. Y, por supuesto, también constituye un interesante desafío para la neurobiología. Sobre la base de la investigación en la neurociencia social, podemos intentar definir el amor como un estado mental subjetivo que consiste en una combinación de emociones, de motivación (clave en el logro de metas y objetivos) y funciones cognitivas complejas. Hoy sabemos que el amor es, más que un sentimiento surgido de nuestro corazón, un proceso mental sofisticado. Suena romántico decir que “se ama con el corazón”, pero no es cierto. Como ya deberíamos saber, el cerebro dicta toda nuestra actividad mental; y el corazón es, más que el origen de nuestras emociones, la víctima.
Al tratar temas como este es importante tener presente que la ciencia reformula conceptos establecidos con nuevos conceptos que pueden estar relacionados con los anteriores, pero que no son lo mismo. Lo que equivale a decir que cuando hablamos de amor en las neurociencias, no estamos queriendo revelar un sentido hasta hoy oculto de lo que sentían Romeo y Julieta. Lo que estamos haciendo es abordar un tema de la neurobiología que llamamos “amor” y, en todo caso, ponerlo en relación con otras tradiciones. Antes de la química moderna, se pensaba que los elementos básicos eran tierra, agua, fuego y aire. En la actualidad, la tabla periódica define los elementos de manera diferente, y sabemos que así es más adecuada. Lo mismo pasa con conceptos como “memoria”, “atención”, “inteligencia” y, justamente “amor”. En el uso cotidiano, estos términos tienen múltiples significaciones, por lo que es difícil que la ciencia los pueda medir con la rigurosidad necesaria. Lo que la ciencia puede hacer, basándose en datos y teorías, es reemplazar estos conceptos por otros definidos de forma precisa y que solo así pueden ser medidos.
El amor, desde el punto de vista neurocientífico, es una experiencia que involucra masivamente los sistemas cerebrales de recompensa. Este sentimiento está íntimamente relacionado con la perpetuación de la especie y, por lo tanto, tiene una función biológica de crucial importancia. Precisamente en los últimos años algunos grupos de investigadores han intentado estudiar los correlatos neuronales del amor en los humanos. Si bien las nuevas tecnologías permiten obtener imágenes muy esclarecedoras de lo que pasa en nuestro cerebro cuando nos enamoramos, debemos ser cautos en la interpretación de muchos de los resultados, ya que solo nos proveen información de “la relación” entre un área cerebral y el estado de enamoramiento.
El amor modifica nuestro cerebro. Diversos estudios han demostrado que cuando las personas están profundamente enamoradas, tienen fuertes manifestaciones somatosensoriales: “sienten” el amor en sus cuerpos y en sus mentes, están más motivadas, tienen mejor capacidad para enfocar su atención y dicen ser más felices. Estudios de neuroimágenes funcionales han evidenciado que el amor activa sistemas de recompensa del cerebro (las mismas áreas que se activan cuando las personas sienten otras emociones positivas, cuando están motivadas o cuando pueden anticipar una experiencia de gratificación) y se desactivan los circuitos cerebrales responsables de las emociones negativas y de la evaluación social. En otras palabras: la corteza frontal, vital para el juicio, se “apaga” cuando nos enamoramos y, de esta manera, logra que se suspenda toda crítica o duda. ¿Por qué el cerebro se comporta así? Quizá por “altos fines biológicos” que tienen que ver con la reproducción: si el juicio se suspende, hasta la pareja más improbable puede unirse y reproducirse. Las neuroimágenes han demostrado también que un área del cerebro importante en la regulación del miedo y regiones implicadas en emociones negativas también se “apagan”. Esto podría explicar por qué nos sentimos muy felices con el mundo- y sin miedo de lo que podría salir mal- cuando estamos enamorados. También se ha observado que el amor está relacionado con algunas activaciones específicas en las áreas del cerebro que median funciones cognitivas complejas, como la cognición social, la imagen corporal y las asociaciones mentales que se basan en experiencias pasadas.
Existen diferentes mensajeros químicos y hormonas del cerebro que tienen que ver con el enamoramiento de las personas. Los estudios de neuroimágenes muestran que las áreas activadas, cuando los sujetos ven fotos de sus seres amados, pertenecen al sistema de recompensa cerebral que contiene una alta densidad de receptores par la oxitocina y vasopresina, y sugiere un gran control neurohormonal de esta experiencia (lo mismo se da para varios animales sociales cuando se enamoran). Asimismo, la dopamina se encuentra en niveles altos en los enamorados y es clave para nuestras experiencias de placer y dolor, pues está relacionada con el deseo, la adicción y la euforia. El aumento de este mensajero químico puede provocar sentimientos tan agudos de recompensa que permite que el amor provoque uno de los momentos de mayor bienestar. Un efecto secundario del aumento de los niveles de dopamina es una reducción en otro mensajero químico, la serotonina, que es clave en nuestro estado de ánimo y en el apetito. Los niveles de serotonina pueden caer de forma similar a los observados en personas con trastornos obsesivo compulsivo, explicando por qué el amor puede hacernos sentir ansiedad. El estado de enamoramiento también libera adrenalina. Este mensajero químico está involucrado en el aceleramiento de nuestro corazón, el sudor en las palmas de las manos y la boca seca cuando vemos a la persona que nos enamora.
Aunque el amor maternal y el amor romántico son claramente diferentes, ambos activan áreas similares del cerebro involucrados en la emoción, la recompensa, la motivación y la cognición. Sin embargo, se ha observado que una pequeña región en el centro del cerebro, en el tegmento, llamada PHG, es importante y es más activa para el amor maternal, en comparación con el amor romántico. Esto tiene sentido porque, en realidad, esta zona está específicamente involucrada en la supresión del dolor endógeno que las personas experimentan cuando tienen experiencias profundas y dolorosas, como el parto. Además, esta área es importante en el sistema de gratificación.
Los estudios en psicología social han demostrado que el proceso de enamoramiento tiene que ver con las motivaciones: nuestras experiencias pasadas están almacenadas en alguna parte del cerebro y, de alguna manera, guían nuestro comportamiento y la toma de decisiones. Estudios recientes en neurociencias han descubierto que ciertas áreas cerebrales cognitivas, que cumplen el papel de almacenar este tipo de asociaciones mentales, basándose en nuestro pasado y en nuestras experiencias positivas y negativas, se activan rápidamente en el amor. También se ha observado en estudios electrofisiológicos que estas áreas del cerebro se activan en un abrir y cerrar de ojos (exactamente, en un quinto de segundo), al ver un estímulo relacionado con la persona amada. Esto significa que la forma por la cual almacenamos nuestras experiencias pasadas con relación a las áreas cognitivas de nuestro cerebro puede tener una influencia en áreas del cerebro involucradas en las emociones básicas y el procesamiento visual.
Los estudios del cerebro y el amor conforman un campo de la neurociencia social aún incipiente, y hay muchas áreas nuevas por abordar. Una de ellas es el estudio del amor como un proceso continuo, en lugar de entenderlo como una fase estacionaria. E investigar las modulaciones de las diferencias a lo largo de este continuo, entre los individuos y dentro de ellos, a través de toda la vida. Asimismo, estos estudios configuran un desafío fascinante para descifrar la implicación del cerebro en la experiencia amorosa y, sobre todo, para definir de qué hablamos cuando hablamos de amor.
(Facundo Manes y Mateo Niro. Usar el cerebro. Editorial Paidós. Barcelona. 2015)